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1.3.11

Una de Cioran

El último delicado - E. M. Cioran




Querido amigo:

El mes pasado, durante su visita a París, me pidió usted que colaborara en un libro de homenaje a Borges. Mi primera reacción fue negativa; la segunda también. ¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen?

[...]

Profundidad y erudición no se dan juntas; él [Rudolf Kassner] había logrado sin embargo reconciliarlas. Fue un espíritu universal al que sólo le faltó la gracia, la seducción. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos.

[...]

Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no fuese más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis.

[...]

¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El Yo, farsa suprema.

[...]

Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica.



Visto en: E. M. Cioran - El último delicado : Ignoria

18.2.11

Una de Lihn

Epílogo - Enrique Lihn



Vivimos todos en la oscuridad, separados
por franqueables murallas llenas de puertas falsas;
moneda que se gira para los gastos menudos de la
amistad o el amor nuestras conversaciones
contra lo inagotable no alcanzan a tocarlo
cuando ya se precisa renovarlas, tomar
un camino distinto para llegar a lo mismo.
Es necesario acostumbrarse a saber
vivir al día, cada cual en lo suyo,
como en el mejor de los mundos posibles.
Nuestros sueños lo prueban: estamos divididos.
Podemos simpatizar los unos con los Otros,
y eso es más que bastante: eso es todo, y difícil,
acercar nuestra historia a la de otros
podándola del exceso que somos,
distraer la atención de lo imposible para atraerla
sobre las coincidencias,
y no insistir, no insistir demasiado:
ser un buen narrador que hace su oficio
entre el bufón y el pontificador.




Visto en: Enrique Lihn - Epílogo : Ignoria

13.11.08

Comparison


Si bien es sabido que Bolaño admiraba y leía a Arquíloco, no ha dejado de sorprenderme el notar las similitudes que se encuentran (o es posible encontrar) entre los versos de uno y otro.


Aquí Arquíloco:

Soy un servidor del soberano Enialio
conocedor del amable don de las Musas

De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza
el vino de Ismaro. Apoyado en mi lanza bebo.

No me gustan los jefes altos de paso ágil
orgullosos de sus bucles y su afeitada a contrapelo.
Prefiero uno bajito, chueco, pero bien plantado
y lleno de coraje.

Siete cayeron muertos, que alcanzamos a la carrera,
éramos mil los asesinos.

Un habitante de Sais ostenta hoy el brillante escudo
que abandoné a pesar mío junto a un florecido arbusto.
Pero salvé la vida. ¿Qué me interesa ese escudo?
Peor para él. Uno mejor me consigo.

Todo depende de los dioses: muchas veces
levantan al hombre caído en la negra tierra,
muchas veces lo voltean y hasta al mejor parado
lo tumban boca arriba: y sobrevienen entonces
las desgracias y el errar sin medios y extraviado.

Corazón, corazón, agitado por penas sin remedio,
¡resurge!, defiéndete de los malvados con tu pecho
plántate firmemente ante la emboscada de tus enemigos,
y ni, venciendo, te jactes ostentoso,
ni vencido, gimas postrado en tu morada.
Alégrate en la dicha y enójate en la desgracia,
no en exceso. Conoce el curso de la vida humana.

Aquí Bolaño:

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
Y aquí me voy a quedar.
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Poetas troyanos
ya nada de lo que podía ser vuestro
existe
Ni templos ni jardines
ni poesía
Sois libres
admirables poetas troyanos

Algo en la sencillez, en lo antiguo, en lo directo. En la sintaxis, claro.

17.10.08

Una de Bolaño



-¿Qué le parece Archimboldi? -repitió Bubis.

El rostro de Junge se puso rojo como el atardecer que crecía detrás de la colina y luego verde como las hojas perennes de los árboles del bosque.

-Hum -dijo-, hum. -Y luego sus ojos se dirigieron hacia la casita, como si de allí esperara la llegada de la inspiración o de la elocuencia o alguna ayuda de cualquier tipo-. Para serle franco -dijo. Y luego-: Sinceramente, mi opinión no es... -Y finalmente-: ¿qué le puedo decir?

-Cualquier cosa -dijo Bubis-, su opinión como lector, su opinión como crítico.

-Bien -dijo Junge-. Lo he leído, eso es un hecho.

Ambos sonrieron.

-Pero no me parece -añadió- un autor... Es decir, es alemán, eso es innegable, su prosodia es alemana, vulgar, pero alemana, lo que quiero decir es que no me parece un autor europeo.

-¿Americano, tal vez? -dijo Bubis, que por aquellos días acariciaba la idea de comprar los derechos de tres novelas de Faulkner.

-No, tampoco americano, más bien africano -dijo Junge, y volvió a hacer visajes bajo las ramas de los árboles-. Más propiamente: asiático -murmuró el crítico.

-¿De qué parte de Asia? -quiso saber Bubis.

-Yo qué sé -dijo Junge-, indochino, malayo, en sus mejores momentos parece persa.

-Ah, la literatura persa -dijo Bubis, que en realidad no conocía ni sabía nada de la literatura persa.

-Malayo, malayo -dijo Junge.


2666 - Roberto Bolaño

© Herederos de Roberto Bolaño, 2004
© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2004