-¿Qué le parece Archimboldi? -repitió Bubis.
El rostro de Junge se puso rojo como el atardecer que crecía detrás de la colina y luego verde como las hojas perennes de los árboles del bosque.
-Hum -dijo-, hum. -Y luego sus ojos se dirigieron hacia la casita, como si de allí esperara la llegada de la inspiración o de la elocuencia o alguna ayuda de cualquier tipo-. Para serle franco -dijo. Y luego-: Sinceramente, mi opinión no es... -Y finalmente-: ¿qué le puedo decir?
-Cualquier cosa -dijo Bubis-, su opinión como lector, su opinión como crítico.
-Bien -dijo Junge-. Lo he leído, eso es un hecho.
Ambos sonrieron.
-Pero no me parece -añadió- un autor... Es decir, es alemán, eso es innegable, su prosodia es alemana, vulgar, pero alemana, lo que quiero decir es que no me parece un autor europeo.
-¿Americano, tal vez? -dijo Bubis, que por aquellos días acariciaba la idea de comprar los derechos de tres novelas de Faulkner.
-No, tampoco americano, más bien africano -dijo Junge, y volvió a hacer visajes bajo las ramas de los árboles-. Más propiamente: asiático -murmuró el crítico.
-¿De qué parte de Asia? -quiso saber Bubis.
-Yo qué sé -dijo Junge-, indochino, malayo, en sus mejores momentos parece persa.
-Ah, la literatura persa -dijo Bubis, que en realidad no conocía ni sabía nada de la literatura persa.
-Malayo, malayo -dijo Junge.
© Herederos de Roberto Bolaño, 2004
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